Años de dejadez y permisividad

En la tertulia del magazín dominical de Carles Mesa hablaron del botellón, y uno de los argumentos con los que me quedé fue que estabamos pagando ahora por los años y años de permisividad con los botellones.

Y la permisividad incluye la respuesta de los ayuntamientos, que consiste simplemente en enviar las cuadrillas de limpieza una vez acabado el botellón o la verbena. Que viene a ser como barrer la mierda bajo la alfombra, para que no se vea. En este caso, quienes no tienen el botellón delante de su ventana, apenas ni se enteran.

Ahora, después de la pandemia, y además alentados por discursos como los de Díaz Ayuso, amplificados y difundidos a los cuatro vientos por prensa, radio y televisión, los jóvenes y no tan jóvenes, o mejor, parte de los jóvenes y no tan jóvenes, se lo han creído. Se han creído con derecho a hacer suya la noche y los espacios públicos y comunes. 

Otro de los argumentos que me llamaron la atención era la motivación. Básicamente es el aburrimiento y las ganas de juntarse con otra gente, incluso de conocer gente nueva. Y que la mayoría de los botellones en este momento consistían en matar el aburrimiento en compañía, hasta la traca final. Que lo único "memorable" del botellón era la traca final. 

A esas alturas de la noche, pienso yo, los cerebros ya están invadidos por todo tipo de sustancias, y por encima de todas, el alcohol. A esas alturas de la noche ya no piensan ni en los vecinos a los que molestan, ni a la gente que desgracian destruyendo sus propiedades, ni en las consecuencias penales que sus conductas pudieran tener. A esas alturas de la noche, pienso yo, lo único que los mantiene en pie son las ganas de montar una gorda, la traca, y de arrastrarse hasta su cama, si llegan, o a cualquier otro sitio en el que dormir la mona. 

Firmado: MVH

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